La argentinidad al palo

Siempre escuché hablar de ellos. Todos cuentan el día en que se los cruzaron. Ese momento en el que uno los tiene cerca, es único, indescriptible. Te tiemblan las piernas, se anuda la garganta. Ese buen rato deja de serlo cuando se pierden a la distancia. Deja de ser un buen rato, para convertirse en un momento inolvidable. En una anécdota incansable, en un suceso quizás, irrepetible.
Los que no tuvieron la dicha, sabrán que se han perdido algo en la vida. Los que no tuvieron la dicha, saben, de algún u otro modo, que un conocido, o familiar de un familiar, o un ex vecino, pudo verlo de cerca al menos un rato. Y convierten esa historia en suya. Y la repiten. Y la cuentan, hasta el cansancio.
Como sostener la humildad si te comparan con dios. Como mantener la cordura si tus locuras provocan sonrisas, llantos y emociones. Como guardar la soberbia si recibís más premios que los premios. Si te aplauden más que a cualquier otro. Como no hablar, si cada vez que suspirás el país te escucha. Como creer que sos una persona. Como no tener un mal día. Difícil se debe sentir ser Diego Armando, o Carlos Alberto. Aquellos maleducados, caprichosos y contradictorios, dueños de una impunidad popular, dueños de un derecho pocas veces concebido, dueños del corazón del pueblo, al que tanta veces le sacaron la amargura.

La Noche del Diez, los genios se juntan. Charly casi no coordina pero, de a ratos, escupe maravillas.

“Le metimos cariño en el bolsillo a la gente”.

“Lo que más recuerdo de Sui Generis es lo consecuentes que éramos con nuestras ideas”.

“El genio es el loco que puede hacer algo con su locura”.

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